La Fiesta mística al Señor de la Peña

Con una manera propia, los riojanos reviven –año a año– la Pascua, con las puertas abiertas de sus hogares a los visitantes. Cada comunidad del interior provincial, prepara con esmero diferentes ceremonias desde la vigilia a la resurrección para pedir, para agradecer para compartir y para renovar la fe.

Esos senderos turísticos no sólo testifican la paz, el regocijo y el perdón, sino que también invitan a descubrir paisajes únicos y privilegiados, donde la naturaleza dejó signado el paso de los años mediante el arte rupestre y la huella en cada piedra, murallones gigantes que hacen de tutela del tiempo y la erosión producto del paso del agua y del clima, así como el hábitat de nuestra cultura originaria y el reptar de los primeros dinosaurios, como el Parque Nacional Talampaya.

Una piedra cuya imagen y semejanza al rostro de Cristo es objeto, año a año, de visitas de distintas latitudes del país y del mundo, el Señor de la Peña como lo bautizaron los lugareños.

La imagen -en El Barreal Departamento Arauco- emerge aislada en la aridez del páramo circundante, y es objeto de gran devoción desde el siglo 19, aunque en sus orígenes fue cuestionada por las autoridades eclesiásticas por temor a supersticiones, fetichismo e idolatría.

La cruz inicialmente puesta al pie de la enorme roca representa desde entonces la debilidad humana que busca firmeza en Dios.

De acuerdo a la divinidad diaguita se trata del dios “Llastay” protector de la montaña y la caza que extendía sus bendiciones de diferentes formas. Así desde tiempos ancestrales se transmitió la creencia a peregrinos y promesantes que llegan en búsqueda de paz espiritual. Los creyentes llegan desde distintos puntos de la región y el país cada jueves y Viernes Santo y la profunda devoción se ve reflejada en la colocación de pequeñas cruces y encendido de velas al pie del santuario.

El “escenario” no podría ser mejor para una fiesta mística. Al internarse en el departamento Arauco, Cuna de la Olivicultura, la ruta provincial 9 realiza un sinuoso recorrido por los faldeos del Velasco, y tras una lomada aparece un resplandor blanquecino que irradia una extraña luminosidad.

De lejos parece una salina que forma una perfecta planicie, pero en verdad es tierra resquebrajada que está en el lugar donde hace miles de años existió una gran laguna. La desolación y la sequedad son absolutas, y en el medio de la nada sobresale una gran roca que alguna vez se desprendió de la montaña y parece cincelada con la forma de un perfil humano.

Desde hace -al menos- dos siglos este extraño fenómeno natural ha estimulado la curiosidad de la fe de millares de visitantes, que cada Viernes de Semana Santa se acercan en peregrinaje místico al paraje solitario que concentra una colorida fiesta popular, cuyo rasgo principal es el encendido de velas para adorar a una imagen que, fuera de toda duda, no es parte del santoral católico. Esto significa que se trata de un verdadero rito pagano que junto a la festividad católica manifiesta el sincretismo religioso.

Un extraño Señor

El sol cae a plomo desde temprano en El Barreal, y en la lejanía aparece la imagen borrosa del Señor de la Peña. El gran peñasco de 12 metros de alto se desprendió alguna vez del segundo cordón de la Sierra del Velasco.

Algunos de los peregrinos llegan en auto, otros a caballo y hasta hay quienes llegan a pie.

Por la ruta desfilan las caravanas de automóviles, en especial en camiones que llevan una multitud de personas. El culto consiste en velar al “Cristo” de piedra durante los días de Semana Santa. El número de velas varía según la promesa.

Hay quienes encienden 10, 20 y hasta 40 velas al mismo tiempo. Y como resultado, del ambiente emana un olor espeso del humo de las velas que permanecen encendidas todo el día y parte de la noche.

Alrededor de la piedra hay una pirca que fue construida para colocar velas, cruces, ofrendas y flores. Esta pared forma un canal que se rebalsa en pocas horas por el cebo derretido, y por el cual fluye una especie de río de aceite.

Allí se ubican los promesantes con varios ponchos extendidos para que el viento no apague la lumbre. A veces construyen una pequeña carpa con acolchados y telas, en cuyo interior arden 20 o 30 cirios. Casi todos llevan unas pequeñas cruces de caña que pegan a la piedra con la cera derretida.

En una de las paredes del peñasco está dibujado un crucifijo que ya casi no se ve por la acción del hollín y el humo de las velas. Al atardecer el susurro de los rezos invade el paisaje, y se crea un ambiente de misterio y tristeza. Entrada la noche, se oyen distintas oraciones y algunos rezan el rosario en grupos, así como otros oficios de la liturgia del Viernes Santo.

Alrededor de medianoche comienzan a entonar cánticos para recibir el amanecer del Sábado de Gloria.

Lo que hay que saber

Cómo llegar: desde la ciudad de La Rioja se puede ir por ruta nacional 38 y a unos 30 kilómetros una bifurcación señala el giro a la izquierda para recorrer otros 30 kilómetros por ruta provincial 9 hasta llegar al paraje la Puerta donde se accede a la ruta provincial 7. Por esa vía, escasos 20 kilómetros conducen al Señor de la Peña.

Cuándo: el Señor de la Peña puede ser visitado cualquier día del año, pero el Viernes Santo es una tradición.

Por Sandra Bonetto para La Voz del Interior